"Pequeños fragmentos de una canción"

Asienta, te traga y diluye, es tu espíritu, es tu alma la que grita. Esta noche me dieron ganas de escribir a alguien, pero no hay nadie a quien escribir así que sólo escribiré al vacío, dejaré que mis dedos fluyan, crearé una historia, esa historia será mi verdad. Donde cuente porqué mis canciones son dedicados a los Dientes de león.

Jueves, el primero de agosto. La brisa soplaba con fuerza regular, los aires estaban apagados, las ventanas abiertas y el piano sonando. Tenía, más bien, tengo una especie de obsesión-pasión por el delicado sonido del piano. Era un alivio, causaba un aspecto melancólico al lugar, representaba lo que estaba ocurriendo. Sus tonadas me llevan a un lugar repleto de jardines coloridos, violetas, rosas, tulipanes, dientes de león. Eran mis favoritos, mi habitación tenía tres.
Los dientes de león son considerados malas hierbas, sin importar su hermosa apariencia y su potencial medicinal, juzgadas por un aspecto superficial, desentendidas de aquellos que cultivaban jardines florales, en un momento encontré la manera de identificarme con ellos.

Una de esas noches pensando más de la cuenta como acostumbraba, pasó como un rayo por mi cabeza, me estaba dando cuenta de que lo único que lograba extraer sonrisas de mi rostro eran mis alumnos, sin importan cuan triste, molesta o agobiada estuviese, sus expresiones de alegría al verme, sus miradas llenas de admiración; me preguntaba, qué admiraban, no veían más que a una persona frustrada, llena de dudas y miedo, buscando una solución para llenar algo que estaba hueco. En todo caso, siempre fui de pocos amigos, aislada de todos, llena de misterio y un aura que me envolvía en rechazos. De alguna manera, esos cinco pequeños engendros se ganaron mi afecto, comenzaba a salir de una fosa abismal, estaba empezando a ver salir al sol sin miedo. Conseguía con menos vueltas el sueño, me sentí parte de algo, algo importante.
Mientras transcurría la semana con monotonía, y conflictos mentales entre cuanto más podría soportar y cuanto tiempo duraría mi entusiasmo, estuve esperando con ansias el día que por fin vería a mis pequeños amigos. Todo mi fin de semana lo dediqué a mis especiales compañeros. Su amor por la música y su inocencia me hacía sentir cierto respeto y admiración por ellos, cada vez que la semana comenzaba mal, estos niños la alegraban, me mostraban que no todo era sombras y malos momentos, estaban enseñándome algo que ya sabía pero que había olvidado por completo "no todo tiene que brillar para ser oro, y si no es oro, es aire. Que te da vida, libertad, ese aire que usas para respirar." Interpretaba con actos y gestos, palabras para formar oraciones significativas para mí, estaba empeñada en usar sus acciones como mi recurso, mi fortaleza e inspiración, una fuerza extra para continuar, para terminar mi carrera, construir una vida y no acabar con ella. Quería recordar el pasado y sonreír. Iba a realizar mi sueño, me iba a convertir en una pianista-corista profesional. Reuniría a los peores cantantes del mundo, y les enseñaría que mientras más quieras, más intentas. Más logras. No podía abandonarlo todo a mitad de camino, por mi bien, por los niños. Porque al fin había dejado de buscar, estaba empezando a vivir el verdadero sueño de mi vida.
Pero no todo dura para siempre, hay un tiempo en pausa, después de él, todo se va acabando.



Hubo una tarde algo peculiar, era martes 5 de agosto de 2009, acababa de salir de mis clases de orquestación y dirección coral, hacía frío, iba camino a mi lugar de descanso, esa tarde la cafetería donde trabajaba no abriría, estaban remodelando el local, así que llegué a un teléfono público y llamé a mis alumnos para informarles que podría dar clases, pero sólo tres de ellos me confirmaron su asistencia, por lo que les dije que esta vez daría las clases en mi departamento. Me encontraba a cinco calles de mi casa, de repente, comenzó a caer la lluvia, y la alegría sumergió mi cuerpo en corrientes de aire. Se dibujó una sonrisa en mi rostro, comencé a reír con timidez, y canté. Canté con todas mis fuerzas, agradecía al cielo por haberme escuchado, en ese momento, de felicidad y liberación, mi teléfono celular empezó a sonar. Al principio no hice mucho caso, pero al ver que era insistente, paré y atendí.

Tenía una familia muy pequeña, mis amigos estaban contados, pero había una persona especial. Aquella que estuvo conmigo días de desolación, fue mi mejor amigo, una especie de amor secreto y disimulado. La tarde que mi padre murió en mis brazos desangrado, estaba conmigo como un fantasma. Tras la llamada extraña, reviví la noche en la que mi primer diente de león se marchitó.

Mi padre era un fagotista, amaba la música, supongo que parte de mi carácter estaba basado en el suyo, era un bromista lleno de vida, traía la alegría guindada en su cuello, mi madre y yo nunca nos llevamos tan bien, ella quería unas cosas yo, planeaba otras. Pero sin importa qué, él nos unía, éramos una familia feliz, mis dos hermanos estaban contentos por sus padres, yo amaba mi vida a su lado. Pero como pasa con todo lo bueno, algo quebró nuestra armonía. No fue nada menos que una muerte.
Recuerdo bien que fue un jueves, 5 de agosto de 2008, mi padre y yo solíamos ir a los parques cuando estaba a punto de llover, era nuestra manera de liberarnos. Ese jueves eran las 5:34 de la tarde,el cielo estaba nublado y pronto comenzaría a llover, mi padre y yo salimos de la casa en la que vivíamos, él encendió el carro, y cuando estaba a punto de montarse sonó un fuerte estallido. Pareció un disparo, por lo que me asusté y traté de esconderme tras el arbusto lleno de dientes de león que mi padre había sembrado para mí. El carro comenzó a moverse, y se esfumó, cuando ya no se escuchaban las ruedas del automóvil contra el pavimento, salí corriendo a ver qué había pasado con mi padre, y ahí estaba, su cuerpo casi desprendido de su alma, con su sangre regada por toda la acera. Lo tomé entre mis brazos y comencé a gritar, pedía ayuda como loca, no podía buscar a mi madre y hermanos, jamás lo dejaría solo ahí en sus últimos minutos en este mundo. Mientras él intentaba pronunciar mi nombre, yo entraba en pánico, y gritaba más fuerte. Hasta el momento en que con sus últimas fuerzas me estrujó el brazo y me susurro: "no permitas que mi partida te haga daño, construye tu vida, atrapa tu sueño, y recuérdame como tu lluvia, eres fuerte, eres tú, eres mi eterno diente de león" cerró sus ojos, soltó mis brazos, y consigo apagó la luz que me iluminaba. Poco después, apareció Sebastián, me abrazó con fuerza y dijo que todo iba a estar bien, -volveré en unos segundos-. Segundos después estaba ahí de nuevo, mi madre llegó junto a él y una ambulancia para transferir el cuerpo sin vida de mi padre a la morgue. El funeral se llevó consigo mis risas, y las lágrimas no cesaban, eran tan infinitas como las canciones que solíamos componer cada vez que había problemas en casa. Tras una discusión con mi madre, una pelea con alguno de mis hermanos, cualquier cosa nos inspiraba a crear una canción, incluso las alegrías. Mi inspiración y ganas de alcanzar mis metas se sumergieron en la urna, junto a su cuerpo en descomposición.


Luego de ese incidente, mi madre pensó que lo mejor sería que me fuera lejos, tratara de olvidar lo sucedido, que me alejara de todas y todos. El dolor no me permitió pensar claro y acepté. No tardé ni siquiera dos días en hacer mis maletas. Odiaba las despedidas, por lo que jamás le dije a alguien que me iría. Cuando llegué a la estación de trenes, me mentalizaba para tener un nuevo comienzo, del que nunca regresaría. Sólo miraba por las ventanas, viendo como todo se alejaba de mí. Iba entrando en una etapa de superación, me dije a mi misma que nunca había pasado nada. Que las cosas no habían dejado de estar, lo que pasó es que nunca habían sido, todo estaba siendo sólo un mal sueño, y al llegar, estaría despierta para vivir de nuevo.
Había pasado ya un año de aquella situación, y se estaba repitiendo, quien me llamaba era la madre de Sebastián, tenía un tono de voz alarmante. Estaba en el hospital, la noche anterior Sebastián había tomado la desesperada decisión de venir a decirme todos sus sentimientos por mí, pero estaba tan desesperado, que a dos horas de haber tomado su camino, comenzó a llover, estaba oscuro y es difícil manejar de esa manera, tal pareció que un conductor adormecido, apareció de la nada y fue inevitable que el chocara contra el cargamento de éste, provocándole heridas graves, el conductor se hizo responsable y lo llevó al hospital más cercano, fue entonces cuando recibí la llamada. Su madre me dijo que estuviera allá lo más pronto que me fuera posible. Me preguntaba, por qué Sebastián venía a verme con tanta desesperación, qué era eso tan urgente que tenía que decirme, creó mil interrogantes que sólo él podría responder. No di más rodeos, llamé de vuelta a mis alumnos y cancelé la clase. Tomé el primer tren que me llevara a mi ciudad natal, y logré llegar al hospital. Sebastián estaba en coma y no tenía posibilidades de tener las respuestas que quería obtener. Me quedé la noche entera en el hospital, viéndolo luchar por su vida, tal como mi padre lo hizo antes de morir.
Al día siguiente, despertó de su coma, quería ser yo quien le diera la bienvenida de vuelta al mundo. Y antes de que dijera una sola palabra lo besé. Fue el mejor beso de mi vida. Luego de eso me dijo que en su desesperación por encontrarme, perdió la posibilidad de amarme el resto de su vida. Se estaba despidiendo. Sus últimas palabras fueron "entiende que te amo, siempre te amé, te amé tanto que me dio miedo hacerlo abiertamente porque existía la posibilidad de perderte", cerró sus ojos, y murió, apagando de nuevo la luz que iba creciendo en mí.
Allí en mis brazos esqueléticos, postrado en una cama, por mi culpa, no tuve la fortaleza de ir a su funeral. Así que me fui a mi departamento, cuando entre a mi habitación, otro diente de león se había marchitado. Sólo quedaba uno con vida, era el más pequeño. El que tenía menos pétalos.
Tiré todo, volví mi cuarto un chiquero, y encontré la foto de mi padre y Sebastián, teniéndome en sus brazos. Con ardor y lágrimas en los ojos, me arrepentí de no haberlos amado con más intensidad, de no haberlos protegido como debí haberlo hecho. Pero qué puedo yo hacer, si tan sólo tengo 20 años, estaba tan dolida...  me pregunté por qué no había sido yo a quien dispararan aquellos vándalos, por qué no había sido yo quien chocara contra ese descuidado camión. Por qué murieron ellos, tenían más vida, más futuros, más caminos.
Cuando estaba a punto de caer al infinito abismo, Sebastián quiso ir a verme. Por qué fue en ese preciso momento, acaso lo sintió.

Ahí lo entendí, ellos dieron su vida porque yo luchara por mis sueños, porque no renunciara, porque al fin triunfara.
Entonces relacioné todo con mis flores-hierbas. Al morir mi padre, murió la más vieja. Al marcharse Sebastián, murió la más fuerte, y sólo quedo la más joven, la que tenía pocos pétalos, la que se marchitaba cada vez un poco más hasta llegar a un límite específico, a ese límite en el que llegaba cada vez que pasaba hasta 5 días sin ver a mis pequeños. Luego de eso, volvía a crecer, más fuerte que la vez anterior. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi fortaleza, se las debía a ellos. Aquellos jóvenes que con risas y miradas de admiración, creaban un nuevo escudo para cubrir las heridas que me iba abriendo mi camino al éxito. Dejaré de buscar algo que ya encontré. Comenzaré a vivir el verdadero sueño de mi vida.

 
Todos tenemos un límite, pero también tenemos alumnos que nos enseñen que ese límite puede crecer y crecer. Dándonos fuerza, levantando nuestras caídas. Sumergiendo nuestras penas en alegrías. Debemos aprender que aunque nuestras sonrisas sean esporádicas, son más duraderas que la ira, molestia, el dolor. Con un recuerdo puedes alimentar la felicidad, y si no, no lo recuerdes. Tal vez sea inaguantable, pero todo tiene su salida. Todo tiene su principio, y cuando comienza el tiempo en pausa, podemos decidir si subir, o descender.


Sólo debes recordar "no todo tiene que brillar para ser oro, y si no es oro, es aire. Que te da vida, libertad, ese aire que usas para respirar."
Apenas había conseguido irme lejos de la casa de mis padres, a trabajar medio tiempo en una cafetería y estudiar por las mañanas música, mientras que en fines de semana y días libres daba clases de piano en una nueva academia que estaba a dos calles de mi departamento, sólo tenía unos dos años de fundada y su fama era un poco nula. Mis días estaban normalmente ocupados, sin embargo conseguía tiempo para reposar, el tiempo es lo único que me sobra desde hace tanto. Me sentaba en la silla de mi hermoso piano a tocarle al cielo pidiendo que completara su ciclo para ver al fin caer la lluvia por mi ventana, que se llevara consigo todo lo que había en mi interior, los gritos acumulados, las lágrimas aguantadas, nostalgia. Pero estábamos en períodos de sequía, había pasado ya un mes sin llover, estaba demasiado cargada de todo, pasaba todas las noches en la ventana que daba a un hermoso río, con un cigarrillo en la mano, tratando de pensar lo menos que pudiera en problemas, deslumbrando mi vista con el paisaje.